El Real Madrid es Benzema y diez más. Vinicius, sin el francés, es un jugadorcillo que corre, se tira, avanza, se mueve, pero, en el fondo, poca cosa. Con Karim al lado, el brasileño es un puñal, un peligro constante, un futbolista relativamente grande. Lo mismo puede decirse de todo el equipo. Los de Ancelotti son un equipo inacabado, frágil y tembloroso sin su mejor futbolista, un delantero centro al que le queda pequeña esa definición porque su influencia se esparce por cualquier zona que disfrute de su presencia. Seis goles en dos partidos y las semifinales, a tiro de piedra. Europa es su jardín.
El Chelsea arrancó intenso, peleando cada metro cuadrado, ante un Real Madrid que tanteó el terreno y, tras hacerlo, leyó el partido mucho mejor que su rival. Los ataques horizontales de los ingleses se transformaban en la monotonía de un futbolín de bar y los blancos, poco a poco, se zamparon la moral londinense, transformada en un flan azul que no sabía a nada.
A los 18 minutos, contra, Benzema para Vinicius, que espera a su compañero, se la pone a media altura y llegando desde atrás remata a gol de cabeza. Christensen y Rüdiger mostraban síntomas de desorientación severa. Al cabo de tres minutos, Azpilicueta se unió desde la izquierda a la apatía de su equipo, el balón llegó a Modric en la frontal, la puso dentro del área, entre los perdidos centrales del Chelsea, y Benzema hizo el segundo.
El francés pudo hacer el tercero, pero falló incomprensiblemente una dejada de Jorginho, que no quiso dejar solo a sus compañeros en materia de errores. Antes, eso sí, había centrando para que Havertz recortara de cabeza antes del descanso.