Fue como volver doce años atrás. Viajar de Gelsenkirchen a Kiev, de esta Eurocopa a la de 2012, de Jordi Alba, Silva o Iniesta a Cucurella, Lamine Yamal o Nico Williams. España volvió a ganar a Italia y si en esta ocasión el duelo se resolvió por 1-0 y no por 4-0 fue por capricho de los dioses. La Roja venció, convenció con un juego de dulce y se clasificó como primera de grupo para los octavos de final de la Eurocopa. Noches así invitan al optimismo.
A nivel logístico, España encauza el mejor camino posible porque siendo la selección con la sede más al sur del país, en la localidad de Donaueschingen, en la Selva Negra, el recorrido de su cuadro es el más cercano posible. Más allá del encuentro de octavos, que se jugará en Colonia ante un tercero, en caso de ganar después jugaría en Stuttgart. Ciudad a 125 kilómetros del campamento base español, desde la que los nuestros viajan en avión en cada desplazamiento.
Si lograse pasar a semifinales, luego le tocaría jugarla en Múnich, la segunda sede más cercana a Donaueschingen de la Eurocopa, a 343 kilómetros de distancia. Solo la final exigiría un desplazamiento largo, hasta el Olímpico de Berlín, donde ya jugó su primer partido del grupo B ante Croacia, ganando con solvencia (3-0). Un estadio que está a 750 kilómetros del cuartel general de la selección española en la Selva Negra.