Ousmane Dembélé es de esos elegidos que pueden ser capaces de lo mejor… y de lo peor en el fútbol.
Su relación con Luis Enrique no era la idónea, pues la tensión aumentó tras su expulsión en Múnich. Llegaron los castigos por parte del técnico asturiano, que decidió dejarle en el banquillo ante Nantes y Auxerre. No viajó a Salzburg porque debía cumplir sanción, pero se reivindicó contra el Lyon, aprovechando su regreso al once titular. Y, a partir de ese partido, todo cambió.
Un gol de Ousmane Dembélé en el minuto 92, cuando la final estaba abocada a la tanda de penaltis, le dio al Paris Saint-Germain su decimotercera Supercopa de Francia, la segunda consecutiva con Luis Enrique en el banquillo, tras vencer por 1-0 a un Mónaco que en ningún momento dio sensación de querer la final y de competirle de tú a tú a un gigante que no tiene rival en el fútbol francés.
Fue un partido sin ritmo, más propio de pretemporada, más propio de dos equipos con miedo a arriesgar, pero al fin y al cabo un título, otro más para las vitrinas del conjunto parisino a nivel nacional, infinitas con Qatar desde 2011.