¡Bravisssima, Italia! El Calcio parece abandonar la época de las tinieblas y va recuperando paso a paso, eliminatoria a eliminatoria, parte de su grandeza. Resurge al fin. Lo hace por dos vertientes: la rácana de Milán, Inter y Roma o la más ‘europea’ del Nápoles. Si Imanol quiso montar una ‘tormenta perfecta’ para pasar a cuartos, en Anoeta sólo hubo rayos y truenos de impotencia. La Real no fue un desastre, pero de nuevo de topó con su inoperancia en el área contraria: Sorloth y Oyarzabal tuvieron do ocasiones clarísimas y las desaprovecharon. El orden de Mourinho desespera a cualquier, más a un grupo que ha sido incapaz de hacer un gol en 180 minutos.
El fútbol desmiente muchas veces a los números: 564 pases completados de un equipo que acabó tirándose de los pelos ante otro que solo firmó 110. Los italianos han jugado muy bien a lo que saben, su partitura ha sido la más destacada, y los txuri-urdin han tratado de hacer lo suyo, pero ya no queda gran cosa de aquel fútbol brillante y dinámico de hace unos meses, que generaba un torrente de ocasiones. En muchas fases el pulso se ajustó a lo que quería la ‘Loba’, y la mejoría de la tropa local fue claramente insuficiente.
Ya sin nada que perder, los donostiarras desuncieron los caballos y encerraron a los italianos en su parcela. Sørloth perdonó lo imperdonable, completamente libre de marca y tras un centro de Brais, el noruego no atinó en una de sus especialidades como el remate de cabeza.
La jugada despertó al Reale Arena, también las tretas romanistas para perder tiempo. Wijnaldum tapó una buena asociación entre Silva, Rico y Brais Méndez que olía a 1-0. El partido ya estaba volcado sobre el área transalpina, con la Roma haciéndole ascos al balón. Sin embargo, el gol no llegaba, ni tan siquiera cuando Oyarzabal malogró una doble acción a quemarropa. El eibarrés encontró a Rui Patrício y al travesaño en su intento de anotar.