Ancelotti no se ha cansado de repetir desde enero de que los malos resultados podrían aparecer en cualquier momento, y que debían estar preparados. Pese a que sigue sin perder en la Liga desde finales de septiembre y en la Champions, ha empatado tres de los últimos cuatro partidos, y en cuatro de siete, salvándose de salir derrotado en alguno de ellos de chiripa, como ante el Leipzig este miércoles.
El Leipzig encogió mucho el campo, evitó hundirse y procuró penalizar cada pérdida de los centrocampistas del Madrid. Una estrategia que embarró mucho el juego de los de Ancelotti, encallados en el pase en corto y con enormes dificultades para progresar.
Un remate de hombro de Vinicius fue su única huella en el área de Gulacsi en la primera mitad. El equipo se pareció escandalosamente al que sufrió durante un tiempo en Valencia y el Leipzig lo percibió. Conforme se acercaba el descanso metió más combustible. Simons lo probó con un remate menos colocado de lo que pretendía que topó con la mano cambiada de Lunin y Openda estrelló un zapatazo en el lateral de la red. El Madrid esperaba que fuera el tiempo quien hiciera todo el trabajo, plan contemplativo que pocas veces sale bien.
A vuelta de descanso Ancelotti puso las cosas en su sitio, retiró a Camavinga y metió a Rodrygo en la derecha. El Madrid de toda la temporada, con mejores automatismos, pero con una inercia negativa en el partido que parecía imparable. El Leipzig, al mando de un soberbio Dani Olmo, un jugador que tiene calle y disciplina, siguió estando por encima del equipo blanco en ambición, intensidad y llegada.
Y ante la ausencia de fútbol, al Madrid se le aparecieron los futbolistas. El 1-0, nacido desde la resistencia, fue un manual de contragolpe. Condujo durante 50 metros Bellingham esperando el momento exacto en que Vinicius soltara, en carrera diagonal, a su marcador. La sincronía perfecta entre pasador y rematador acabó en gol del brasileño, que bien pudo haber sido expulsado poco antes por un absurdo empujón a Orban. Un paréntesis abierto sobre el claro dominio del equipo alemán, que empató de inmediato, en un cabezazo de su central Orban en plancha, anticipándose a Nacho. El marcador volvía a la salida, pero el partido no. El Madrid, frecuentemente sometido por su adversario, ahora sí ofrecía amenaza. La fatiga abre los partidos. Esta vez lo hizo escandalosamente. El duelo pasó de la prevención a la locura, en un vuelo de área a área, con peores perspectivas para Lunin que para Gulacsi.
Esa sacudida continua les iba estupendamente a Rodrygo y Vinicius, pero también a Simons, otro alborotador tremendo con edad para llegar a primera figura mundial. El holandés fue llevando a su equipo al área del Madrid. El 1-2 estuvo sobre la mesa hasta el último instante, pero no llegó por Lunin, por falta de puntería germana y porque el larguero escupió una vaselina final de Dani Olmo. La conclusión es que no siempre las balas pasarán silbando.