Brasil llegaba a Santa Clara siendo un lobo con piel de cordero. El relato de no ser favoritos en esta Copa América lo compraron casi todos. Casi todos, menos Colombia. Una final entre dos de los mejores equipos de la actualidad estaba servida en California.
Se auguraba un duelo de altura, de individualidades, de calidad y, sobretodo, de mucho fútbol. Así lo aseguraban ambos técnicos en la previa del partido y no fallaron.
Todas las miradas estaban puestos en un nombre, Vinicius Junior. Tras reivindicarse ante Paraguay, el mejor siete tenía que volver a aparecer. Dorival apostaba por él a pesar de acarrear una amonestación, las necesidades así lo marcaban. Brasil arrancó bien el partido, concentrada en todos sus puestos, decidida a no dejar un cabo suelto.
Dorival miraba atónito desde la banda cómo sus pupilos corrían sin descanso detrás de la pelota como un niño persiguiendo un globo. Mientras Brasil se desinflaba, los olés de los afición resonaban en la grada para disgusto de todos. Colombia dominaba, Brasil no parecía Brasil. Los fantasmas de las Eliminatorias pasaban fugaces por la memoria. Todo lo que podía fallar, falló en Santa Clara.