Gerard Piqué vivió ante el Almería una de las noches más emotivas de su carrera. El central barcelonés pudo despedirse de la que ha sido su afición durante 25 años, desde que ingresó en el club con apenas diez años. Lo hizo con una victoria (2-0) que situaba al Barça líder y dejando la sensación de que aún podía tener cuerda para rato. Su técnico, Xavi, calificó su actuación como un “partidazo”. Y quizá no fuera su último servicio al club que lleva en el corazón.
Pero como si fuera una metáfora de la situación de Piqué, encontrar el final adecuado costaba mucho. Que la cosa iba a costar de culminar quedó clara desde que en el minuto siete Lewandowski falló un penalti que presagiaba noche dura. Que un jugador con el golpeo del polaco pareciera Chiquito de la Calzada cuando se acercaba a la pelota ya fue raro. Piqué, que podía haberse otorgado el disparo quiso normalizar el partido y que se hiciera lo que hubiera pasado en otras condiciones. Que lo chutara Lewandowski y lo marcara. Pasó lo primero, pero no lo segundo.
Con la excepción de un fallo de De Jong, que perdió un balón de sanción de empleo y sueldo facilitando que Ramazani se plantara solo ante un Ter Stegen que volvió a agigantarse para evitar un gol cantado, el Barça hizo méritos para irse al descanso ganando.
Más allá del penalti, Ferran tuvo tres ocasiones clarísimas, Kaiky le sacó bajo palos un disparo a De Jong y Dembélé, después de marcar hace dos semanas de cabeza un golazo, ejecutó solo ante Fernando uno de los cabezazos más peculiares de la historia del fútbol. Acabar la historia estaba costando un riñón.
Hasta que en el minuto 82, Piqué se retiró del campo en un momento histórico y a partir de ahí, el encuentro ya se podía dar por terminado. Mientras todos digerían el momento, llegó el segundo final. El de una era.